martes, 15 de julio de 2008

La luna guiña



– La luna me guiñó un ojo
dijo contento Javier
¿A ver?
Cuando una madre la mira
la luna, muy distraída
disimulando suspira
– No guiña el ojo, es mentira
– La luna me guiñó un ojo
siguió diciendo Javier
¿A ver?
La luna hace su antojo
y sólo le guiña el ojo
a aquél que la quiera ver
– ¿No viste que guiñó el ojo?
gritó apurado Javier
¿A ver?
La miro, me vuelvo niña
y ahora sí que me guiña
– Somos cómplices Javier,
la luna nos guiña el ojo
a vos, a mí, a quien quiera
su cara redonda ver.
Se asoma con picardía
detrás de una nube blanca
– ¿Viste cómo nos saluda?
– Miremos juntos, mamá
– Miremos juntos, Javier
¿A ver?

Autora: María Luz Piriz, Puerto Madryn



Placita feliz


El otoño en la placita
es mucho más divertido
las palomas comen chicle
y hacen globos coloridos.

Los árboles cambian sus hojas
por gotitas de rocío
los gorriones juegan a la ronda
y cuelgan guirnaldas en sus nidos.

Mi bufanda abrigadita
voló detrás de un barrilete
y aunque haga un poco de frío
voy a la plaza con mis juguetes.


Autora: Silvia Castellón - Del libro Moños, perros y barriletes
Ilustraciones: Analía Castellón

domingo, 13 de julio de 2008

La balada de Doña Rata


Doña Rata salió de paseo
por los prados que esmalta el estío;
son sus ojos tan viejos, tan viejos
que no puede encontrar el camino.

Denme una flor de los campos:
-guíame hasta el lugar en que vivo.
Más la flor no podía guiarla
con los pies en la tierra cautivos.

Sola va por los campos, perdida;
ya la noche la envuelve en su frío,
ya se moja su traje de lana
con las gotas del fresco rocío.

A las ranas que halló en una charca
Doña Rata pregunta el camino,
más las ranas no saben que exista
nada más que su canto y su limo.

A buscarla salieron los gnomos,
que los gnomos son buenos amigos.
En la mano luciérnagas llevan
para ver en la noche el camino.

Doña Rata regresa trotando
entre luces y barbas de lino.
¡Qué feliz dormirá cuando llegue
a las pajas doradas del nido!


Autor: Conrado Nalé Roxlo

Los sueños del sapo



Una tarde un sapo dijo:
—Esta noche voy a soñar que soy árbol. Y dando saltos, llegó a la puerta de su cueva. Era feliz; iba a ser árbol esa noche.
Todavía andaba el sol girando en la rueda del molino. Estuvo un largo rato mirando el cielo. Después bajó a la cueva, cerró los ojos y se quedó dormido.
Esa noche el sapo soñó que era árbol. A la mañana siguiente contó su sueño. Más de cien sapos lo escuchaban.
—Anoche fui árbol —dijo—, un álamo. Estaba cerca de unos paraísos. Tenía nidos. Tenía raíces hondas y muchos brazos como alas, pero no podía volar. Era un tronco delgado y alto que subía. Creí que caminaba, pero era el otoño llevándome las hojas. Creí que lloraba, pero era la lluvia. Siempre estaba en el mismo sitio, subiendo, con las raíces sedientas y profundas. No me gustó ser árbol.
El sapo se fue, llegó a la huerta y se quedó descansando debajo de una hoja de acelga. Esa tarde el sapo dijo:
—Esta noche voy a soñar que soy río.
Al día siguiente contó su sueño. Más de doscientos sapos formaron rueda para oírlo.
—Fui río anoche —dijo—. A ambos lados, lejos, tenía las riberas. No podía escucharme. Iba llevando barcos. Los llevaba y los traía. Eran siempre los mismos pañuelos en el puerto. La misma prisa por partir, la misma prisa por llegar. Descubrí que los barcos llevan a los que se quedan. Descubrí también que el río es agua que está quieta, es la espuma que anda; y que el río está siempre callado, es un largo silencio que busca las orillas, la tierra, para descansar. Su música cabe en las manos de un niño; sube y baja por las espirales de un caracol. Fue una lástima. No vi una sola sirena; siempre vi peces, nada más que peces. No me gustó ser río.
Y el sapo se fue. Volvió a la huerta y descansó entre cuatro palitos que señalaban los límites del perejil. Esa tarde el sapo dijo:
—Esta noche voy a soñar que soy caballo.
Y al día siguiente contó su sueño. Más de trescientos sapos lo escucharon. Algunos vinieron desde muy lejos para oírlo.
—Fui caballo anoche —dijo—. Un hermoso caballo. Tenía riendas. Iba llevando un hombre que huía. Iba por un camino largo. Crucé un puente, un pantano; toda la pampa bajo el látigo. Oía latir el corazón del hombre que me castigaba. Bebí en un arroyo. Vi mis ojos de caballo en el agua. Me ataron a un poste. Después vi una estrella grande en el cielo; después el sol; después un pájaro se posó sobre mi lomo. No me gustó ser caballo.
Otra noche soñó que era viento. Y al día siguiente dijo:
—No me gustó ser viento.
Soñó que era luciérnaga, y dijo al día siguiente:
—No me gustó ser luciérnaga.
Después soñó que era nube, y dijo:
—No me gustó ser nube.
Una mañana los sapos lo vieron muy feliz a la orilla del agua.
—¿Por qué estás tan contento? —le preguntaron.
Y el sapo respondió:
—Anoche tuve un sueño maravilloso. Soñé que era sapo.

Autor: Javier Villafañe:


Nació en Buenos Aires el 24 de junio de 1909. Fue poeta, escritor y, desde muy pequeño, titiritero. Con su carreta La Andariega viajó por Argentina y varios países americanos realizando funciones de títeres. Fue autor, entre muchos otros libros, de Los sueños del sapo (Colihue), Historias de pájaros (Emecé), Circulen, caballeros, circulen (Hachette), Cuentos y títeres (Colihue), El caballo celoso (Espasa-Calpe), El hombre que quería adivinarle la edad al diablo (Sudamericana), El Gallo Pinto (Colihue) y Maese Trotamundos por el camino de Don Quijote (Seix Barral). El primer día de abril 1996, a los 86 años, falleció en Buenos Aires.